Nunca
he dejado de preguntar a mi madre qué había sido de mi hermana gemela. Nunca me
contestó. Nunca me contó la historia. Me miraba con tristeza, aguantando
-ocultando- un llanto inminente, y callaba. Yo intentaba adivinar qué pasaba
por su mente, quería saber, quería comprender. Mi hogar siempre estuvo
impregnado de silencio y de tristeza. Mi padre salía al amanecer a trabajar en
la fábrica y no volvía hasta la hora de la cena. Llegaba cansado, serio, daba
un beso huidizo a mi madre y pasaba al cuarto de aseo tras dejar la cartera en
su habitación y quitarse los zapatos y la chaqueta. Mi madre, mientras, se
dirigía a la cocina, se colocaba el mandilón y preparaba con parsimonia la
cena. Menchu, pon la mesa, que padre querrá cenar cuanto antes. Cada noche lo
mismo: un huevo y vino tinto con sifón. Como un mantra repetido cada día para
evitar un pensamiento que le asustaba. Sentados los tres con la mirada perdida,
cada uno en su mundo, en sus preocupaciones, mirando al plato que teníamos
delante, ninguno hablaba, ni que tal el día cariño, ni qué tal el cole, qué
aprendiste hoy. Nada. Un muro de palabras calladas, un pacto de no agresión, un
acuerdo sellado establecía las normas de comportamiento. Un entorno duro y
difícil para crecer es lo que nos tocó vivir a Jimena y a mí en nuestra
infancia.
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Jimena
es alegre y divertida, desenfadada, no hay reglas para su vida. Come si tiene
hambre, duerme si está cansada, no hay reloj que marque su existencia. Su ropa
es un reflejo de su alma, gasas y sedas vaporosas que vuelan con el viento a su
alrededor, emanando un aroma a jazmín y madera con un colorido derroche de
matices acompañados de vistosos brazaletes, todo del mercadillo de artistas de
la plaza de Santa Ana, donde pasa la mayor parte de su tiempo, fumando y riendo
con quienes se acercan a su tenderete. Sus cuadros sin embargo son negros e
impactantes, parece imposible que salgan de sus pinceles. Pero yo la entiendo
y, cuando los veo, tengo muy claro lo que quieren decir. Reflejan las cenas en
silencio, la represión de los sentimientos, de la vida. No hagas, no hables, no
vayan a pensar, no vayan a decir.
-oOo-
Hoy
tengo que preparar una presentación muy importante para mi carrera, traje
pantalón o traje con falda, la imagen cuenta. Maquillaje natural, poco color.
Taconazos sin dudar, de salón, negros. Una breve chuleta en una cartulina azul.
Las palabras cuentan. Una impactante presentación, con videos y gráficos auto
explicativos. La manipulación de los contenidos, cuenta. Llevo tiempo
preparando este proyecto, vienen clientes, y todo, todo, debe ser perfecto,
mucho dinero en juego. Debería estar tranquila, ayer hablé con dos de ellos y
lo apoyan, debería ser un mero formalismo. Si sale, es fácil que me nombren
directora. Poder. Un sueño. Ayer se me acercó el presidente y me dijo, Menchu,
esto debe salir COMO SEA. Y ya tengo la suficiente experiencia para entender
que hay detrás del "como sea": no hay reglas, no hay barreras, todo vale.
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No puedo aprobar el comportamiento de Menchu, los principios, la ética es lo que nos hace humanos. Es monstruoso dejarse llevar por la codicia de ese modo. Qué queda después. Qué vale una vida así.
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No puedo aprobar el comportamiento de Menchu, los principios, la ética es lo que nos hace humanos. Es monstruoso dejarse llevar por la codicia de ese modo. Qué queda después. Qué vale una vida así.
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Mi madre
no aprueba el desorden de mi vida, mis amigos, mis cuadros, y mi padre no está
ya, para opinar. Qué diría tu padre. Nada. No diría nada porque NO ESTÁ. Su
pensamiento reprimido y maniatado la hacen ser amargada y sentirse fracasada
conmigo. Sufre al ver lo que soy, en qué me he convertido. Le hubiera gustado
esconderme ante su familia, ante sus vecinos, ante el mundo, pero no ha podido
conmigo.
"No te inventes nombres, Menchu, qué es eso de que te llamas Jimena. Jimena ya no está".