Normandie

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domingo, 23 de abril de 2017

CINCO CUARTOS



“…habría que fatigar los recursos del idioma inglés y bandadas enteras e ilegítimas de palabras tendrían que nacer a la vida antes que una mujer pueda decir lo que sucede cuando entra en un cuarto. Los cuartos difieren tanto… Porque las mujeres han estado sentadas ahí adentro, 
todos estos millones de años.”

Virginia Woolf

Un cuarto propio, 1929








Mi jefe se había empeñado en que lo vintage vendía y, con su habitual seguridad en sí mismo, nos comunicó que los de mejor presencia, bueno, los que podíamos permitirnos un traje presentable y mantener una conversación sin atorarnos, teníamos que ir a vender libros por las casas. Como en los sesenta. Y ahí me tenéis pensando cómo haría para ir de puerta en puerta, en la era de las redes sociales y de los e-books, intentando vender libros al viejo estilo; cómo conseguiría superar la primera barrera que supone entrar en un portal elegido al azar, para después poder situarme delante de la puerta de uno de los vecinos de esa comunidad. Salí a la calle con una cartera llena de libros y comencé a caminar hacia el metro.

CUARTO NÚMERO 1

Viendo pasar las estaciones, me acordé de lo que siempre le oía comentar a mi madre: que los ancianos siempre abren a los repartidores de publicidad, así los adviertan de lo peligroso que puede resultar dejar entrar en casa a un extraño, que casos se han dado que se pueden ver a menudo en los periódicos. Animado por este razonamiento, me bajé en la estación de un barrio antiguo, de casas construidas en la postguerra con material de derribo y calles estrechas con tiendas de barrio por las que pasean ancianos encorvados en sus bastones. Y como había supuesto, el primer portal al que llamé se abrió sin dificultad. No tuve siquiera que decidir a qué piso subir ya que la portería estaba abierta y allí mismo me colé. Era un cuarto oscuro que olía a humedad y a caldero de sopa cociendo en la cocina. Mesa camilla con faldas de flores y un plástico redondo armado sobre un tapete de ganchillo para proteger del polvo y las manchas. Un frutero de cerámica imitando una cesta pretendía dar un toque hogareño con frutas de cera desconchada en su interior. Las paredes que fueron un día de papel pintado, habían sido repintadas encima para adecentar a bajo coste el cuartito. Sobre el radiador, ropa interior recién lavada dejando ese olor a jabón de los recuerdos, intentaba secarse, a pesar de haber sido dejadas sin cuidado unas prendas sobre otras. Una sola silla para una sola anciana, qué necesidad de más. Una vida solitaria que había visto más de lo que una quisiera, allí en la entrada del edificio gastado, como ahora lo estaba la portera.

       - ¿Qué hace aquí? Me preguntó al verme, sorprendida, apoyada en un par de muletas.

       - Le traigo un libro de poesía que le va a encantar, para leer cuando se sienta sola.

       - Para poesías estoy yo … ¡no ve que mi vida es ya todo un poema!



CUARTO NÚMERO 2


Evidentemente, no había acertado con la técnica de venta adecuada. Subí al primero cuando vi salir a la portera con un capacho a la calle. Se podía oír una melodía interpretada con maestría al piano y decidí pararme a escuchar. En una pausa, llamé al timbre. La puerta tenía una mirilla de bronce que oí manipular y abrir desde el otro lado. Aparecieron unos ojos tristes y azules tras las filigranas del enrejado.

      - ¿Eres tú, Plácido? ¡Qué alegría! Sabía que no tenían razón, que no te habías ido, que era              cuestión de tiempo que volvieras por mí.

      -   Le traigo…, querida, te traigo, para compensar mi tardanza, un bello libro de poemas. El tiempo ha pasado sin consciencia porque buscaba el más maravilloso libro de poemas para ti, el que mejor podía encajar en tus prodigiosas manos de pianista, y cuando encontré el que buscaba, el que te merecía y solo entonces, me decidí a volver.
Desapareció su mirada emocionada de la mirilla y oí un fuerte golpe contra el suelo. Apretando el libro en mi mano me encaminé de nuevo hacia la escalera.



CUARTO NÚMERO 3



Cada descansillo tenía dos puertas, una en cada extremo. Las mirillas parecían estar observándote mientras pasabas por delante para acceder al piso de arriba. Estaba ya en el tramo de escalera que llevaba al tercero cuando escuché que alguien chistaba desde abajo.

― Chhhss, chsss, oye, baja…

― ¿Es a mí? Pregunté incrédulo.

― Si, a quién va a ser… ¿hay alguien más en la escalera? Vas a ver a la hija de Doña Rosa ¿verdad?

― Yo, eh, bueno, sí le traigo libros… ¿le gustan a usted los libros?

― Pasa, entra, no quiero que me vean contigo.

El cuarto era oscuro y hacía frío. Rocé con el brazo una pared y la sentí húmeda, tenía la sensación de que el pasillo se estrechaba para tocarme, para identificarme, para desentrañar el error de mi presencia allí. Los balcones estaban ocultos tras sendos cortinajes de terciopelo verde raído. Sobre la mesa de madera una bombonera vacía daba un aspecto triste al cuarto. Le alargué un libro que ignoró para decirme:



― Dile a esa fresca de Doña Rosa que todos en el edificio sabemos lo que busca invitando

a jóvenes para las clases de su hija, esa hija que nunca ha existido.



Salí atropellado del cuarto mirando de vez en cuando hacia atrás, con temor, sintiendo que no llegaría nunca a la puerta. Solo me tranquilicé cuando me encontré de nuevo en la escalera. Pasé tan rápido como pude el tercer piso y me abalancé a la claridad del cuarto.



CUARTO NÚMERO 4



El cuarto era el último piso del edificio, por la ventana de la escalera entraba una gratificante luz. Me aliviaba después de la oscuridad de los primeros cuartos visitados. La puerta de la derecha lucía una chapa dorada en la que se podía leer: FOTÓGRAFO. Llamé tímidamente con los nudillos, casi deseando que no me abrieran. Una voz me indicó que entrara, estaba abierto, y que esperase en la salita. La salita tenía un sofá y dos sillones de estilo. Por encima de estos, un espejo de marco dorado ampliaba la sensación de espacio. Las paredes enteladas y las fotografías repartidas por la habitación, daban un ambiente acogedor a la salita. Saqué un par de libros mientras esperaba y cuando al fin entró el fotógrafo, me saludó efusivamente:

― ¡Al fin ha llegado con los libros! Ya pensé que llegaría tarde y me estropearía la escena. Están a punto de llegar para la foto. Deme, deme los libros ¿Cuántos ha traído? Veinte…pueden valer. Muy bien, me apañaré con estos. Gracias caballero. Dígale al viejo Matías que me pasaré mañana a saldar cuentas. Y ahora, váyase, por favor, que están a punto de llegar los clientes. Adiós, adiós… dijo empujándome hacia la puerta.



CUARTO NÚMERO 5



Me quedé pasmado, sin los libros, mirando a la puerta situada enfrente en el descansillo. En ese instante llegó el ascensor y de él salió la portera que, sin reconocerme, me invitó a seguirla para enseñarme la casa. En la puerta se podía ver un pequeño cartel rotulado a mano, con letra insegura, que decía: SE ALQUILA.



― Pase, pase, esta vivienda es la mejor del edificio, el cuartito es exterior y desde el balcón puede ver toda la calle hasta perderse en el horizonte. Bonitas vistas del atardecer. Limpio, reformado, cómodo y muy acogedor para gente joven, como usted. Buenos vecinos en la comunidad. Va a estar muy contento de vivir aquí. Hasta podría escribir un libro con las historias de esta escalera…porque tiene pinta de escritor … ¿a qué he acertado? Tantos años en la portería me han dado un buen ojo para la gente. Si yo le contara…



Y lo alquilé, aún no sé qué me llevó a aceptar, pero aquí estoy, de pie, tratando de imaginar cómo debe quedar mi propio cuarto para que yo pueda encajar en él, para que me abrace cuando llegue cansado por la tarde y me invite a sentarme en el sillón mirando al balcón, disfrutando el atardecer año tras año, pensando en qué impresión sacaría un extraño que entrara por primera vez en él. Un escritorio al lado del balcón, la luz entrando por la izquierda, un portátil, un flexo, una máquina de café de esas de cápsulas que se llevan ahora en una mesita auxiliar detrás del escritorio, paredes forradas de estanterías llenas de libros y una butaquita enfrente del escritorio para cuando suba la portera.

Publicado en GENERACIÓN SUBWAY
Volumen VII
Homenaje a Virginia Woolf
Playa de Ákaba, febrero 2017




sábado, 22 de abril de 2017

PARADOJA





Siempre imaginé que el paraíso sería algún tipo de Biblioteca, lo que nunca pasó por mi imaginación es que el infierno también lo sería. Y aquí estoy, subiendo y bajando escaleras con la única misión de colocar ingentes cantidades de pesados tomos cuyo interior no contiene más que hojas en blanco. Son las historias nunca contadas, los razonamientos perdidos por la desgana y la abulia, los poemas que nunca se dijeron para conquistar un corazón, la emoción seca en la punta de una pluma abandonada.   


Mención Especial II Concurso de Microrrelatos Año nuevo vida nueva
Publicado en  BITÁCORA El Muro del Escritor, 2017

Predestinación




Caminaba arrastrando mis pantalones acampanados larguísimos para descargar la mala suerte hasta que, enredado en una genista, entró el amarillo en mi vida y no pude volver a pisar un escenario. Ahora vivo en un trapecio y todo por culpa de los bajos.