Normandie

Normandie

miércoles, 25 de enero de 2017

LA TRAMPA



Cayeron las primeras gotas de lluvia y comencé a desperezarme, me estiré, bostecé y me liberé de mis ataduras con placer. Mi cuerpo crujía y se rompía, se transformaba, se deshacía de ese corsé que me había mantenido durante meses inmovilizado. Ahora podía por fin moverme. Iba sintiendo cómo recuperaba mis fuerzas y cómo se comenzaban a oír los primeros roces de mi vestido de cristal contra las rocas y las raíces de los árboles de la orilla. 
No sé bien por qué, pero de repente sentí que era el momento, que mi cuerpo ya estaba preparado y comencé a moverme, primero muy despacio, avanzando apenas, dejándome escurrir con cuidado por la pendiente y así, poco a poco, poco a poco, fui aumentando la velocidad hasta casi sentir vértigo en mis saltos y carreras.
No podía creer lo que iba encontrando en mi camino, era todo tan bello, tan extraordinario…primero el manto blanco en la montaña, luego los umbríos bosques en los que tenía que saltar entre rocas, ramas y árboles caídos. Era tan pequeño todavía…Después mi camino se abrió y yo me iba haciendo mayor, iba creciendo, podía tocar las orillas del camino y sentir cosquilleo en la panza arrastrando piedrecillas. Por entonces ya no viajaba solo, se habían unido a mí varios compañeros de viaje: algunos corrían conmigo en la misma dirección, los tomé mucho cariño, sentía su compañía y sus caricias mientras pasaban paisajes cambiantes a los lados; otros se acercaban a saludarnos, nos acompañaban durante un rato y luego desaparecían en los bosques. Otros se unían a nosotros, nos abrazaban y luego desaparecían. Algunos nos atacaban, se tiraban con violencia sobre nosotros y mataban a mis fieles compañeros. Yo veía cómo se los llevaban en sus fauces, cómo trataban de zafarse de la trampa y abrían sus bocas pidiendo regresar a la vida.
Transcurría así nuestro viaje con sorpresas y alegrías hasta que nos encontramos con una barrera, un muro que nos impedía continuar. ¿Cómo podía haber aparecido aquello en mi camino? Mi intuición me decía que debía continuar por ahí, pero al llegar sentí un gran golpe que me aturdió, un violento remolino me envolvió y perdí el sentido, todo daba vueltas. No recuerdo bien cómo, pero en una de las vueltas el muro se resquebrajó y pude saltar por encima, hiriéndome y desgarrándome por dentro y sin poder encontrar al otro lado el camino que tenía que seguir. Estaba despistado, desorientado, perdido. ¿Qué podía hacer ahora? Ya no controlaba mi cuerpo, sentía como me expandía y a mi paso rompía todo aquello que encontraba. Dolorido, anegado, rodeado de barro que me impedía moverme y con las fuerzas debilitadas me quedé estancado en aquel horrible lugar sin vida. Y nunca llegué a abrazar el mar, mi destino, que me esperaba desde hace tiempo. ¿Por qué me pusieron esa trampa mortal? Yo, que había nacido para contribuir a la vida, me había convertido, sin saber cómo, en un monstruo que había esparcido la muerte y el sufrimiento.  
«Nunca se deberían construir carreteras ni casas en los cauces y vegas de los ríos, sin dejar un camino que les permita alcanzar su destino, el mar