Normandie

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jueves, 7 de julio de 2016

Tiempos Negros



Año 2060
Soy librero. Era librero, tengo que decir, porque con 60 años cumplidos tuve que cerrar mi librería, mi vida se hundió, mi profesión, mi amor por el papel impreso, mis ingresos, mi inversión, todo lo que tenía, todo lo que quería. ¿Qué le voy a dejar a mi hija? Con lo que le he podido enseñar de mis libros y una pasión no se vive hoy en día. Tiempos negros.
Año 2082
            Me llamo doscientos cincuenta y ocho, hijo de treinta y cinco: Madre. Nací un día cualquiera, igual que cualquier otro día, nada especial, nada distinto, uno más. No lloré al ver la luz porque nací entre tinieblas. Nunca he sabido cómo era la sonrisa de mi madre, sus ojos, su pelo… Madre era una voz a la que seguía de niño, para no perderme, para comer, para ahuyentar mis miedos. Madre era una caricia, una sombra cercana entre otras sombras que poblaban el espacio en que vivimos. No he podido olvidar el día en que me separaron de ella, lo mucho que eché de menos esa voz que me protegía y llenaba el espacio de historias de colores.
            Siempre recordaré aquel gigante egoísta que no dejaba que los niños jugaran en su jardín y por eso era un lugar triste y seco. Un jardín… me contó Madre que era un espacio abierto con luz permanente, donde no habitaban sombras. Podías ver los ojos y el pelo de sus residentes, sus sonrisas, los cobertores del cuerpo que eran ligeros y suaves, tan delicados que se sentía como una caricia al colocártelos. Allí los niños no seguían la voz de las sombras para sobrevivir, corrían solos por el jardín, jugaban. Jugar…Me dijo Madre que los niños aprendían cómo sobrevivir jugando, con retos que les hacían reír y que, si fallaban, no eran castigados a recoger excrementos.
                        Tengo ahora veinte años, por las cuatro marcas que tengo en el brazo izquierdo, la última me la hicieron hace poco. A partir de ahora me las harán en el brazo derecho por ser mayor de edad. Cuando me hicieron la segunda, a los diez, fue el momento en que me separaron de Madre. La marca dolía en el brazo y me dejaron solo, sentado en Suelo, en el lado de las Sombras que lloran. Yo no lloré, lo había prometido y lo cumplí. Apreté fuerte los dientes y aguanté. Era la hora en que aparecían los reflejos de luz en las rendijas de Arriba. Pasé el tiempo preguntándome de dónde vendrían esos reflejos, para qué servían, qué los producía y dónde se generaban. Las historias que había escuchado desde pequeño me hicieron curioso, siempre intentaba adivinar qué sucedería al final de la historia antes de que me lo contaran, por qué había sucedido así y no de otro modo, imaginaba cómo serían los espacios que nunca había podido ver, solo oír.  Madre me enseñó a pensar. Los reflejos proyectaban luz sobre los límites del espacio de Arriba, entramados de rayas en diagonal que aparecían y desaparecían, pero que eran tan tenues que no permitían ver en Suelo.
            Al hacerme la tercera marca me dijo una Sombra que tenía que empezar a ayudar y me llevaron a un espacio al que llaman Almacén, allí está guardada la comida, botes de metal apilados en estantes en hileras por todo el límite del espacio. Allí ayudamos cinco, tres mayores y dos pequeños. Ayer trajeron a un pequeño de tres marcas para que empezara y me han encargado a mí que le enseñe. Para que entienda cómo funciona Almacén, le conté una historia que escuché de pequeño.
Año 2040
            Hija, las librerías te hablan cuando entras en ellas. Cada estante te cuenta la historia de los libros que están en él y te dicen quién escribió esas historias, por eso nunca olvidas dónde está el libro que buscas. Te dicen cuándo tienes que agacharte, cuándo subir a la escalera, cuándo bajar al sótano y cuándo llamar para que traigan nuevos. Mira, es muy fácil, escucha lo que te dicen los estantes de ahí abajo: son cuentos de niños, letras grandes, muchas ilustraciones y contienen historias para aprender la vida. Allí, al lado de la puerta, como queriendo escapar, están los libros de viajes. Están deseando llevarte a otros países para que conozcas a sus gentes, sus casas, sus ropas, sus alimentos. Encima, están los que te quieren llevar a otros mundos, más allá del cielo, a la luna, son viajes al espacio. Y justo debajo, los que te cuentan lo que vivieron aquellos que ya no están entre nosotros, lo que hicieron, por qué lo hicieron y cómo vivieron. Son viajes al pasado, a la historia que nos ha traído hasta aquí, donde nos encontramos. En el fondo, lejos del ruido de la calle, está la poesía que nos hace mirar de otra forma la realidad, que nos pinta con palabras de colores lo que no se puede ver solo con los ojos, hay que mirar con la mente. Y justo encima, los que te hacen pensar, intentar explicar el porqué de la vida. En el medio están los que nos cuentan historias para vivir, para disfrutar.  
            ─Padre, ¿yo también podré hablar a los libros cuando sea mayor y cuidarlos como tú?
            ─Claro pequeña, un día todo esto será tuyo, será tu universo, en el que vivirás y al que cuidarás para pasárselo luego a un hijo que tendrás y que los mirará como ahora lo haces tú.
Año 2082
            Ahora que tengo un pequeño que me ayuda en Almacén, voy a tener que salir al espacio Externo a menudo a recoger lo que pueda encontrar para Almacén. Hace poco que he salido por primera vez. Llevo una cuerda atada a la cintura para no perderme y recorro pasillos cargando lo que encuentro en un carro de metal que me sirve para transportarlo hasta Almacén. Ayer encontré algo que no sé bien qué es ni para qué puede servir, por eso voy a ir consultar a uno de los Cien para que me ayuden y pueda clasificarlo y darle utilidad. Los Cien no nacieron aquí, son los primeros que llegaron a Espacio cuando la Huida del año 2050 por eso son muy sabios y son los que una vez vieron la Luz.
            Al entregar lo que había encontrado en el espacio Profundo, se ha producido un silencio en la sombra. Luego he sentido movimientos a mi alrededor y murmullos según lo iban tocando las otras sombras de los Cien. Me han pedido que los lleve al lugar dónde lo encontré, así que estamos rehaciendo el camino que yo hice antes.
            Creo que ya hemos llegado, palpo el límite del espacio como hice antes y siento que hay más piezas como la que les entregué. Se lo digo y siento inquietud y movimientos atropellados de las sombras. No dicen nada, solo se oyen exclamaciones de sorpresa. Una sombra dice al fin:
            ─¡Es una Librería!
            ─¿Una qué? ─pregunto.
            ─Un Almacén de historias. Aquí están todas las historias que os contamos cuando aún no teníais tres marcas y que solo puede conocer aquel que tenga la Luz.
            ─¿Puedo ser yo el cuidador de este Almacén? Madre me contó cómo cuidarlo. Madre tenía la Luz cuando era pequeña y su padre era Guardián de Historias…
            ─¿Eres tú el hijo de treinta y cinco?
            ─Si, soy doscientos cincuenta y ocho.
            ─Entonces tú eres el Heredero. La Librería es tuya. Tú eres quien nos puede traer la Luz. 

La librería más bonita del mundo VVAA
Playa de Ákaba
 

Por Tradición



 «… de pronto se me hizo visible un rostro que detuvo y absorbió al punto toda mi atención…”Qué extraordinaria historia está escrita en ese pecho”, me dije. Nacía en mí un ardiente deseo de no perder de vista a aquel hombre, de saber más sobre él.»

Edgar Allan Poe
El hombre de la multitud

Como ya hicieron padre y mi abuelo, yo me levanto al amanecer, cuando la primera línea de luz delinea el horizonte. Ellos, cogían la mula y el sombrero de paja y salían despacio, sin hacer apenas ruido, hacia el campo que cuidaban y que era el que nos daba de comer a la familia. Echaban en el morral pan, queso y chorizo para el almuerzo, sin olvidar la bota de vino para aclarar la garganta reseca por el polvo del camino. Yo, como no tengo mula, cojo la gorra de algodón y me marcho despacio, hacia el centro de la ciudad que me da de comer. Como tampoco tengo morral, me apaño con una bolsa del super que es cómoda y cuando se vacía, cabe bien doblada en el bolsillo.

«A quien madruga, Dios le ayuda», decía mi abuelo por las noches, después de cenar mientras encendía el pitillo de caldo con el chisquero, sentado en la entrada de la casa, al fresco, en la silla de enea. Yo le miraba, esperando una explicación a sus palabras, suponía que las había dicho para enseñarme la vida. Pero esperaba en vano, ni una sola palabra más salía de su garganta. Callaba y miraba al campo, a lo lejos, mientras fumaba. Yo le miraba de reojo, y le imitaba, guiñaba los ojos haciendo como que miraba a la lejanía y soplaba acompasándome al humo que salía de su boca.
Para no perder la tradición, cada noche me siento, cuando vuelvo a casa, en el banco de la calle, mirando hacia el semáforo que cambia de verde a ámbar y de ámbar a rojo en una secuencia  que me impide retirar la vista. No fumo, como mi abuelo, ahora dicen que es perjudicial para la salud, si lo hubiera oído mi abuelo, que vivió más de la centena, habría chascado la lengua, como hacía cada vez que pensaba que algo era una tontería.

Ese mismo gesto es la única reacción que mostró cuando mi padre le dijo que había que irse a la ciudad, que allí progresaban los hombres y hacían dinero suficiente para llevar a sus mujeres, con un buen vestido de domingo, al teatro de variedades. No nos sobraba el dinero por entonces, pero las necesidades las teníamos cubiertas y nos daba para ir al cine del pueblo y bajar al bar a tomar un vino – yo Fanta de naranja- con patatas fritas cuando acompañábamos a las mujeres a la Santa Misa los domingos. Pero mis padres nunca salieron del pueblo, se quedaron allí, para que el campo no se perdiera cuando muriera el abuelo.

Todo empezó cuando el hijo del pregonero puso un quiosco de periódicos en la plaza. Las mujeres compraban una revista de fotos a todo color que compartían de una casa a otra y empezaron a ver los vestidos que se llevaban en la ciudad, los peinados de colores, ese pelo tan corto y rizado, las miradas y sonrisas maquilladas y bellísimas, los coches que conducían los apuestos galanes y las casas en las que vivían, decoradas a todo lujo, como las que salían en el cine.  Los amigos se fueron marchando y yo me casé con la Mari, mi novia de toda la vida.

Y era un día y otro día el mismo sermón que tenía que escuchar a mi mujer:

─Si es que nos tenemos que ir de este maldito pueblo de una vez. Aquí nos estamos pudriendo y si vamos a la ciudad tendremos una vida como la de las revistas. No seas cabezota, aquí no tenemos nada que hacer, hacemos la maleta y nos vamos a buscar trabajo a la ciudad y la próxima vez que vengamos a ver a los padres al pueblo, los paseamos en berlina de lujo.

Y uno que quiere lo mejor para su familia, pues acabó cediendo y nos mudamos a la ciudad, primero a casa de unos parientes que nos alquilaron una habitación, mientras encontraba trabajo, luego a un pisito pequeño, pero limpio, que alquilamos con el primer jornal de la fábrica de automóviles en la que cargaba fardos todo el día porque no sabía hacer otra cosa. Pero la mujer era feliz, se sentía una señora: se cortó el pelo, lo cambió el color y cambió sus ropas que para mí eran más de fulana que de señora de lo apretadas que le quedaban y los colorines que mezclaba. Hasta empezó a fumar porque decía que le daba un toque de elegante.

Lo que nunca imaginó es que los tiempos iban a ir a peor y con la crisis cerraron muchas empresas y a muchos nos mandaron a la calle. Ella me echó la culpa a mí, decía que era un «sinsustancia» y un tonto, que no sabía defender mis derechos. Tal vez por eso acabó en la cama del delegado sindical, que ese sí que protestaba en los piquetes y a ella le encantaba el salir de su brazo en las manifestaciones y que todos la admiraran      « ¡Mira! la nueva piva del chincheta…» Hasta salía en las fotos del diario. Y sí, un día volvió al pueblo, pero en Vespa y con el del sindicato.

Yo no he vuelto al pueblo, para qué. Estoy aquí sentando en el banco de la calle, con la bolsa del súper llena de lo que he ido recogiendo por ahí, mirando al semáforo cambiar de color, porque el banco al menos, como es del ayuntamiento, no me lo pueden quitar y al estar delante de mi antiguo pisito, pues me hago a la idea de que he bajado a tomar el fresco para poder dormir en las noches calurosas del verano.

Subway 4 VVAA
Homenaje a Poe

Booktrailer 'La isla del escritor'