Mucho
ha cambiado la vida por aquí desde que te fuiste. No, no conseguí mis sueños de
pintora. Recuerdo cuando me animabas a seguir «Eres buena de veras. No, no lo
dejes, no te canses de empezar de nuevo, cada vez, cada día. Tienes magia en tus
dedos de hada. Tus manos me lo cuentan: están hechas de barro para moldear el
futuro, son recias, poderosas y divinas, como el arte.». Pero ahora no quiero
hablar del pasado, eso ya no está al alcance de mis manos.
Me
he acercado hasta aquí para entenderte. Para oír tus razones, no para hablarte,
no, para escucharte ahora que has vuelto. Me miras con tu sonrisa burlona, esa
mirada que siempre me inquietó y me hizo ruborizar tantas veces. Me sentía
pequeña y estúpida e intentaba ocultártelo, presumir de carácter y dominio de
mis sentimientos. Tú reías cuanto más lo intentaba y terminabas besándome con
cariño. Cariño… cariño no era lo que yo esperaba de ti. Creo que quise de
verdad ser pintora desde que tú me dijiste que te gustaban mis cuadros. Pero he
vuelto al pasado y no es lo que me trae hoy aquí.
Me
dijeron que habías vuelto, envejecido y estropeado por la vida, por la guerra.
Desde luego tu expresión había cambiado: tu pasión por la vida, tu ansia de
volar y ver mundo, de conseguir lo imposible, había desaparecido de tus ojos.
Ojos perdidos tras la niebla de oscuros pensamientos que nunca dejabas
traslucir. No ya no hablas. No quieres hablar. ¿Para qué? ¿Para qué hablar? Todos los intentos de los
médicos te enervaban, te volvían violento, desesperado. Realmente no querías
luchar más, no buscabas vencer a nadie ni a nada. Cuéntame por qué volviste.
¿Realmente creíste que ibas a encontrarte con lo que habías dejado tantos años
atrás? Cómo pudiste creer en esa ilusión infundada, imposible. Nada está ya como
entonces.
¿Pasaste
por la vereda del río? Seguro que ni siquiera la encontraste. Desapareció con
los últimos recuerdos. Fue ese el motivo ¿verdad? Estoy segura de que fue ese
el motivo. El vacio. Tenías que haberme llamado entonces. ¿También te daba miedo
no encontrarme? ¿O te dio miedo el poderme encontrar?
Yo
nunca me moví de aquí. Ni lo intenté. Ya me conoces. Me quedé en la tienda de
mi tía, probando zapatos y botas al principio y remendando lo que quedaba de
ellos cuando ya no quedaba nada. Ocultando mi rabia por no ser más valiente y
seguir aquí. No, es cierto. No te escribí nunca. Lo intenté, sobre todo al
principio, pero todas las cartas acabaron en el río. No me gusta mentir, ya me
conoces, y no quería contarte… no quería que te enteraras. Como cuando te
ocultaba mi torpeza, quería que me imaginaras fuerte y valiente, triunfadora. Sabía
de los horrores del frente por lo que oía en la tienda a las mujeres. Pensaba
en que a ti no te ocurriría. Tú eras fuerte y listo, sabías arreglártelas. Aún
así, prefería no enviarte problemas por correo, por eso no te escribía. Lo
guardé todo en el morral hasta que se lo llevó el olvido.
Alguien
te contó ¿verdad? Fue eso. Te enteraste. No aguantaste el odio y el dolor. No
viniste a buscarme por eso. Lo entiendo. Pero entiéndeme tú: estaba sola, era
demasiado joven y no sabía qué hacer y no tenía a nadie con quien hablar.
Instinto de sobrevivir. Aquí, en el pueblo también hubo una guerra. No era el
frente, pero también luchábamos y moríamos. Odiábamos, sobre todo, odiábamos.
Te
he traído unas amapolas, sé que no viven mucho tiempo desde que se cortan, no
soportan la captura, por eso te gustaban.
Para que me perdones allá donde estés. Cuida del bebé que estará
contigo. Y, por favor, no me odiéis. Yo sigo con mi vida ajada por el tiempo.
Cuando se acabaron los zapatos, tuve que vender lo único que me quedaba. Te lo
contaron, ¿verdad? ¿Fue esa la razón para quitarte la vida?