Era un plumier rojo. En la tapa aparecían
dibujados un lápiz azul, un pincel amarillo y una pluma verde, de las antiguas:
con palillero y plumín. Cuando lo encontré estaba colocado sobre la mesa del
recibidor, ella lo había dejado allí para que lo viera al llegar. Me hizo mucha
ilusión, por el detalle y por lo que significaba en mi vida un plumier de
madera, de los que ya no se usaban. Me recordaba mi primer día de escuela, en
el barrio. Mi madre cogiéndome la mano y antes de dejarme en clase, con un
beso, me alargó un plumier nuevo con un lápiz y un borrador dentro. Nada más. Permaneció
en mi cartera hasta que recogí mi título de ingeniero, con tiralíneas y
compases y lapiceros de distintas durezas y grosores de mina.
Sin quitarme siquiera el abrigo, deslicé la
tapa despacio, como si estuviera abriendo el cofre de un tesoro, intentando
adivinar con cierta ansiedad qué guardaba ese plumier, qué había dejado ella
dentro. Pero no había lapiceros, ni goma, ni sacapuntas, no había pluma ni
pinceles, lo había dejado vacío. Vacío. Se me ocurrió entonces que el no
guardar nada dentro quería decir que ella me ofrecía el plumier y era yo quien
tenía que decidir con qué lo iba a llenar, qué objetos eran dignos de
albergarse dentro. Sentí un estallido de emoción que me empujó a elaborar una
lista de objetos. Me quité el abrigo, me hice un té y me senté en el sofá del
salón con libreta y pluma para empezar a escribir la lista. Cuando ya llevaba
una buena colección de objetos, me paré y comencé a revisarla desde el
principio, objeto tras objeto. Entonces, mi entusiasmo inicial cambió a
desazón: ninguno se merecía quedar fuera, ninguno era digno de ser el elegido.
Los siguientes días, cuando llegaba a casa
terminada la jornada, decidir qué era digno de ser guardado en el plumier se
convirtió en una obsesión, tenía que descubrir qué era lo que yo realmente consideraba
que debía custodiar el plumier, algo que me fuera muy preciado. Algo muy
importante para mí… ¿recuerdo del pasado? ¿significativo de este momento, del
ahora?, ¿algo que permaneciera de mi en el futuro? Pretendía encontrar un
objeto que me definiera, que me representara, que me distinguiera, una parte de
mi cuerpo, un rincón de mi alma.
El invierno trajo días cada vez más cortos,
el tiempo frío y gris impedía los agradables paseos del otoño y retenía a las
gentes en sus hogares. Pero yo estaba sólo, hacía solo tres meses que había
aterrizado en la ciudad y apenas conocía a nadie más que a mis compañeros de
trabajo. Tras acabar la jornada, un “hasta mañana” cerraba toda posibilidad de
acercamiento; ellos se dirigían a sus barrios, con sus amigos, con sus
familias, y yo llegaba al apartamento alquilado, impersonal, frío, vacío.
Decidí acercarme al centro comercial, allí habían abierto una papelería nueva
que tenía objetos de diseño maravillosos. Entré a comprar algo para mi plumier:
lapiceros de colores, chinchetas, pegatinas, clips, grapas, gomas, tinteros,
todo me atraía y me dejé algunos euros porque todo me gustaba.
Pasé más de un mes dándole vueltas, pensando
en mí, centrado en el plumier, hasta que una vez, al mirarlo, me vino su imagen
a la mente, su sonrisa, el maravilloso regalo que me había hecho y que me tenía
obsesionado. Entonces se iluminó la tarde y cambié de dirección, empecé a hacer
una lista de objetos que quisiera ofrecerle a ella, que me la recordarán, que
le pudieran entusiasmar.
Si pudiera venir a visitarme de nuevo…pero no
podía defraudarla, cuando viniera, yo tendría algo dentro del plumier para ella.
Los días cambiaron y la desesperación por
encontrar los objetos para el plumier se convirtió en alegría y deseo, empecé a
escribir la lista de todo lo que quería hacer con ella: visitaríamos el zoo,
iríamos al castillo, largos paseos en la feria de navidad entre las casetas,
compraríamos adornos para decorar el apartamento, cocinaríamos juntos por las
noches recetas inimaginables, dulces y deliciosas, iríamos a ver los patos del
lago, tendríamos un perro, una casa abierta a los amigos, siete hijos que
llenarían la casa de voces y juguetes,…
Entusiasmado, comencé a dar vueltas al
plumier, deslizaba la tapa a derecha e izquierda, lo dejaba, lo cogía, pensé en
llenarlo con los lapiceros de colores que había comprado y así lo hice: pero me
pareció que quedaba demasiado pobre y uniforme, los saqué y metí la pluma que
me regaló cuando nos conocimos, y el lapicero tan bonito que compramos en el
museo, la goma “milán” nata blanca…no, no me convencía. Lo llené de canicas de
colores, de billetes de metro compartidos, de chinchetas y clips de colores,…sin
prestar mucha atención, lo vacié y deslicé la tapa desconcertado; entonces me
di cuenta de que la había colocado del revés, mostrando el interior: fue cuando
apareció ante mis ojos un texto que ella había escrito y, obsesionado con
llenar el plumier, no me había percatado de su existencia. Decía:
“Las
pequeñas ilusiones nos hacen renacer cada mañana.
Guárdalas todas en este pequeño plumier”
Cogí la pluma, y en un posavasos que guardé
de la última cerveza que tomamos juntos escribí: “Guardo aquí mi corazón para ti, para que te lo quedes cuando abras el
plumier”. Desde ese día disfruté cada instante del viaje al trabajo, de la
tardes paseando y descubriendo la ciudad, de todo lo que iba a mostrarle cuando
ella viniera.